Cuando las personas van al cine, lo hacen para disfrutar de una película. F1 logra eso… y tal vez un poco más.

Brad Pitt interpreta a Sonny Hayes, un veterano piloto de automovilismo (porque, al parecer, puede conducir cualquier cosa) que es invitado por un viejo amigo a integrarse a un equipo de Fórmula 1, ante la necesidad urgente de un conductor experimentado que los acerque a su primera copa. Esto da pie a una rivalidad con Joshua Pearce —interpretado por un solvente Damson Idris—, un joven pero ya veterano piloto, que ve amenazada su posición.

Desde el inicio, el guion es simple y no hay grandes giros. De hecho, la estructura es tan predecible que uno llega a imaginar ciertos caminos… pero no, ni siquiera toma esos desvíos. Esa linealidad genera una ligera sensación de desconcierto: al salir de la sala, muchos espectadores lo comentaban. Tampoco se profundiza en los personajes. Todos tienen poco desarrollo y apenas se sostienen gracias a la calidad de los actores, que logran imprimirles cierta vida. Aun así, son figuras acartonadas y, cuando el guion exige un cambio en ellos, estos no se sienten ni naturales ni creíbles.

Un ejemplo claro: en cierto momento se revela que Sonny padece problemas de salud. Pero hasta ese instante, la película no ha dado una sola pista. No hay mareos, fatiga, ni señales sutiles; incluso hay una escena en la que maneja de madrugada con total normalidad. Lo mismo ocurre con el resto de los personajes: reacciones y transiciones forzadas, sin justificación narrativa.

En cuanto a la dirección, ya conocemos a Joseph Kosinski por Top Gun: Maverick y su participación en Twisters. Es un director entregado al blockbuster palomitero: visualmente atractivo, con uno que otro encuadre interesante (aunque nada innovador), y enfocado en entretener al público.

¿Entrarás o no entrarás en su juego? Para mí, los primeros 20 o 30 minutos son un deleite visual, casi una carta de amor a los fanáticos de la Fórmula 1 y del automovilismo. Pero claro, esto no es un documental. Una vez pasado ese prólogo, la película entra de lleno en su fórmula: autos a toda velocidad, fan service, comentaristas explicando en voz alta lo que pasa en pantalla, emociones exacerbadas, duelos rueda a rueda, accidentes, explosiones… cada escena intenta superar a la anterior.

Entre los aspectos positivos, destaca su ritmo dinámico: siempre está ocurriendo algo, por lo que es difícil aburrirse. El tono es ligero, la cinematografía espectacular (aunque el CGI de los coches canta bastante en ciertos momentos), y la presencia real de la Fórmula 1 como telón de fondo —con circuitos y pilotos verdaderos— le da un toque de autenticidad que los fans sabrán apreciar.

Sin embargo, “F1” tiene otro problema más allá del guion y sus personajes: la fuerza antagónica. Al utilizar pilotos reales, que evidentemente no pueden ser retratados como los «villanos», la competencia pierde fuerza dramática. Más allá de un nombre gritado por los comentaristas y un coche en pantalla, no hay un rival claro. Los protagonistas terminan corriendo casi contra fantasmas. Y justo cuando se acerca el tercer acto, aparece un «nuevo enemigo»: una junta corporativa anónima, de la que apenas vemos un rostro —el de Tobias Menzies— con una interpretación desganada y sin carisma, como si hubiese ido al set a recitar sus líneas y marcharse con el cheque.

En resumen, “F1” es un blockbuster ambientado en el mundo de la Fórmula 1. Tiene suficientes elementos para entretener y acelerar el pulso, pero no logra destacar en ningún aspecto. Hay muchas otras películas que ya usaron los mismos ingredientes… y con resultados muy superiores (RushFord v Ferrari, por ejemplo).