En el 2017 el director Kenneth Branagh (el mismo de “Belfast”) dirigió “Asesinato en el Orient Express” basada en uno de los tantos libros de Agatha Christie donde el protagonista Hércules Poirot, un experto detective busca quien cometió el asesinato de una persona dentro de un tren. Con planes de ser una secuela directa, se ha estrenado (después de varios atrasos) (Death on the Nile) “Muerte en el Nilo”, contando con el mismo protagonista y el mismo director.
A diferencia de la anterior, que si supuso un éxito taquillero a pesar de la tibia critica, en esta ocasión está en ver si apenas puede recaudar la mitad de lo que ha costado, ya que en medio de una pandemia, con un actor involucrado en acosos, violaciones y hasta canibalismo y con un desinterés de la crítica, es difícil que lo logre (aunque no imposible).
Si en la anterior era todo un lujo que Branagh contara su historia a lo old fashioned, tomándose todo tan enserio, fiel a la novela (y los diálogos) y con un espíritu totalmente noble, este filme se convierte en un pesado entretenimiento que carece de la chispa irónica que acompaña a los filmes actuales. Y no es que esto sea (del todo) malo, sino que hace que tengamos dos horas de filme en donde son pocas las escenas donde se sienten una oportunidad perdida para ser desenfadados y no se aprovecha.
La puesta en escena del director son correcta y bastante clásicas. Por momentos se siente como un filme noir o detectivesco clásico, pero sin duda el mayor problema es un elenco desaprovechado y que no tiene química (y se siente), junto con un guion que parece escrito para teatro.
La quimica entre Gal Gadot y Armie Hammer es nula, pero si juntamos la de Armie Hammer con Emma Mackey pues apaga y vamonos. Letitia Wright apenas tiene escenas y Tom Bateman o Annette Bening están ahí solo para aparecer.
Salvo algunas escenas de planos, la dirección y uno que otro giro (no sorprendente, pero si agradable) el Death on the Nile es una total decepción.