“Road House” es un remake de una película del mismo nombre que salió en 1989, con el fallecido Patrick Swayze, la bella Kelly Lynch y un Sam Elliott rejuvenecido. En aquel entonces la película fue un desastre en crítica pero para el público fue algo agradable y entretenido (y muy olvidable).
¿Es el remake de Doug Liman algo que merezca la pena? En resumen: es una pérdida de tiempo.
Y es que el filme no hay por donde tomarlo. La historia es simple: Dalton es un ex luchador de UFC que acepta un trabajo de seguridad en un bar en Los Cayos de Florida, para descubrir que hay una conspiración con narcotraficantes en la zona. El argumento no es que invite a mucho, la composición de esta, con giros ridículos, un guión torpe (los diálogos son absurdos) y un desarrollo de personaje que da pena. Dalton es un cartón, ni más ni menos. Se la pasa por todos lados con una sonrisita absurda y nos dan a entender que al ser luchador de UFC es suficiente hasta para desarmar a más de cinco personas armadas hasta los dientes.
Jake Gyllenhaal no parece esforzarse en nada y se la pasa paseando por la pantalla enseñando el cuerpo. Y lo peor de todo es que a pesar de eso, el único que está actuando es Gyllenhaal y Billy Magnussen (este podría ser un buen villano si los directores empiezan a verlo con seriedad). Daniela Melchior (The Suicide Squad) hace lo que puede pero luego parece darse cuenta que no hay mucho que hacer y va en piloto automático. Y ni hablemos de Conor McGregor que parece un chiste de personaje. Al inicio es tan irrisorio que uno se divierte con una de las presentaciones de villanos más extrañas que se ha visto en los últimos dos años.
Pero es que “Road House” entretiene después de un largo tramo y por momentos específicos. Hay que pasar casi 45 minutos sin que suceda absolutamente nada. Vemos como personas random empiezan una pelea en el bar por razones tan absurdas como que no les gusta la banda, o simplemente alguien llegó y vio a alguien con un bigote que no le gusto. De hecho, hay una escena tan absurda donde hay una pelea tan salvaje donde aparentemente algunos han muerto y la banda se mantiene tocando. Y si funcionase como parte de un chiste, pero la película se lo toma tan en serio que hace que nos quedemos de cuadros.
El peor es que casi se abandona por completo la trama del bar, que parece ser una excusa para que su protagonista se convierta en una especie de boina verde ridículo, con conocimientos hasta en explosivos, y cuya única habilidad parece ser la de dar golpes a diestra y siniestra, aparentando que no le gusta hacerlo, y que su pasado le atormenta. Por lo demás, la trama del bar, parece más una excusa, para poder decir que es un remake de la película de 1989, que una parte necesaria del argumento de esta historia.
Lo dicho, esta versión de “Road House” es una absoluta mediocridad, indigna de su director, un perdido Doug Liman, que es incapaz de definir una trama o un personaje, en las 2 horas que dura la película.