Estaba en mi primer cuatrimestre de la universidad cuando escuché sobre Stranger Things por primera vez. En ese momento de mi vida Netflix no era algo que podía pagar, y nunca realmente consideré verla en una de las múltiples plataformas piratas que tanto me acompañaron en mi adolescencia.
No obstante, para la segunda temporada, que estrenó un año después, me prestaron una cuenta y pude, finalmente, enamorarme de la producción que tenía todo internet a sus pies. Y como no, si la combinación de ciencia ficción con la ambientación de los ochenta era una fórmula irresistible para una generación caracterizada por su afición a la nostalgia.

A lo largo de sus casi diez años de producción, Stranger Things nos ha entregado momentos y giros icónicos, que la han catapultado como una de las series insignia de Natflix. Hemos visto a personajes queridos fallecer; siempre introducidos en su misma temporada, nunca de los principales. Como Bob, el novio de Joyce, en la segunda, el científico ruso Alexei en la tercera o el metalero Eddie (Joseph Quinn de Fantastic Four: First Steps) en la cuarta.
También, hemos presenciado viajes a través de Rusia en medio de enfrentamientos por la Guerra Fría, al punto de llevar a Hopper a un Gulag soviético tras hacernos creer que había fallecido en sacrificio Y, en el cierre de la temporada anterior, vimos a Hawkins, la ciudad donde transcurre la historia, literalmente partirse en dos.
Pero, en medio de todos estos shenanigans que empezaron con un grupo de cuatro chicos jugando DnD en un suburbio de Indiana en los ochenta, en algún momento, Stranger Things se perdió en el ruido de su propia ambición. Y se siente como si cada aspecto, desde el rumbo de la historia hasta el tiempo de producción, se salió de las manos de sus creadores, los hermanos Duffer.
Así, en 2025, tras nueve años desde su estreno el 15 de julio de 2016, llegamos al final de la serie con un desgaste innegable. Actores como Noah Schnapp y David Harbour (Thunderbolts*) sumergidos en controversia, y rumores de conflictos en el set. Eso, sin contar lo mucho mayores que se ven sus protagonistas originales, que pese a ser canónicamente estudiantes de primer año de secundaria, en la vida real sus edades oscilan entre los 21-25 años.

Actualmente, Stranger Things es una producción con demasiados personajes que han surgido a lo largo de sus cuatro temporadas anteriores (y que han sobrevivido la muerte correspondiente a cada temporada), dando lugar a demasiadas subtramas, que se sienten más como una excusa para tener dónde colocarlos en la línea de tiempo.
Tenemos a los cuatro protagonistas, Will, Mike, Lucas y Dustin con Eleven, pero también a Holly, la hermanita de Mike, Max hospitalizada y Erica, la hermana de Lucas. En la segunda generación están Jonathan, Steve y Nancy, pero también a Robin (Maya Hawk de Inside Out 2) que llegó en la temporada tres. En la tercera generación de los padres, junto a Joyce y Hopper, ahora también están los Wheeler. Y eso, sin contar a los villanos ni al resto de personajes secundarios que contarán con una parte mas protagónica en la segunda parte.
Y, absolutamente todo esto, es un producto directo del propio éxito del programa. Stranger Things nunca debió extenderse tanto, pero cuando tienes a una de las productoras más grandes del mundo dándote la oportunidad, el presupuesto y el tiempo que requieres para expandir tu historia, ¿cómo vas a decir que no?
Así es como llega la quinta temporada (parte 1, porque hay que extender hasta que se rompa el chicle), que busca, finalmente, explicar todo lo concerniente al Upside Down, Vecna, el destino de Max, y los Demogorgon. Y por la forma en que lo hace, nos lleva a pensar que los Duffer consideran que su audiencia necesita que les expliquen absolutamente todo, lo cual no dudo que haya sido uno de los factores para la extension kilométrica de sus capítulos.

Y por las teorías que rondan internet, por momentos parece real. En los últimos años, Netflix ha exigido a sus guionistas que los personajes describan explícitamente lo que hacen o hicieron, para que quienes no estén prestando atención puedan llevar el hilo. La audiencia, que no necesariamente es la misma de hace nueve años, también sufre por estos cambios.
Y sin embargo, los diálogos se sienten menos orgánicos que nunca, con actuaciones que, con excepción de Noah Schnapp, Sadie Sink, David Harbour, Natalia Dyer y Joe Keery, van en declive en su calidad.
Al final del día, Stranger Things cerrará como una de las producciones más vistas de Netflix, con más mercancía vendida, pero con un impacto cultural que se ha visto aguado por su sobreextensión. Sin embargo, a la fanaticada que alegadamente crasheó la plataforma por la gran cantidad de personas que se conectaron para ver el estreno en Thanksgiving no pareció importarles. A quienes firman los cheques, tampoco.
Porque al final del día, Stranger Things es una víctima de su propio éxito.



