Amo las películas sobre deportes de combate. Son emocionantes, satisfactorias y sumamente entretenidas. Mientras que en el boxeo contamos con filmes tan queridos como la saga de Rocky, la magnífica The Fighter y la casi perfecta Million Dollar Baby, las artes marciales tienen el clásico Karate Kid, y la lucha libre nos regaló a Nacho Libre y la hermosa The Iron Claw.
Este año, Benny Safdie (codirector de Uncut Gems, y actor en Oppenheimer) llevó su pasión por estos deportes a la gran pantalla de la mano de A24. Se trata de la historia de Mark Kerr, apodado The Smashing Machine, un luchador olímpico y peleador de artes marciales mixtas, campeón de la UFC y de su equivalente japonés, la PRIDE FC. Y para ello se apoyó en una de las estrellas más costosas de la actualidad: Dwayne «The Rock » Johnson (Black Adam).
Para nadie es secreto que Johnson desea ser tomado más en serio en la industria, ansioso por premios, reconocimientos y el no ser recordado como el tipo que hacía de sí mismo en todas las películas. Para The Smashing Machine, incluso aceptó una reducción de su sueldo regular de veinte millones de dólares a cuatro. Y claro, escoge el mundo de los deportes que conoce tan bien: The Rock ha sido siete veces campeón de la WWE.
Sin embargo, pese a que su actuación cumple con los parámetros para considerarse buena, esta lamentablemente se ve afectada por una dirección y guion deficientes que lastiman el producto final y aburren a la audiencia.
El principal problema de The Smashing Machine es que resulta anticlimática a más no poder. La historia se presenta de una manera dispersa y aérea, enseñándonos la tumultosa relación de Mark con su compañera sentimental, Dawn (Emily Blunt de Oppenheimer y A Quiet Place), algunas de sus peleas y el comienzo de su adicción a los opioides. Pero, sin construir un momentum para las escenas, no existe una recompensa para la audiencia. Y eso, en una película sobre deportes, es imperdonable.
Parece una dramatización de hechos que Safdie asume que la audiencia conoce sobre su protagonista, pues por momentos se siente como un passion project de un fan de las artes marciales mixtas. Lo cual sería aceptable si no se tratara de una producción de más de 50 millones de dólares, mercadeada como una película para premios y la gran revelación de The Rock como un actor competente.
Con escenas que no llevan a ningún lado, se alarga un guion de por sí disperso que, con dos horas y seis minutos, es injustamente largo para la historia que finalmente se nos cuenta. Por ejemplo, si bien se nos presenta el tema de su dependencia a las sustancias, buena parte de su arco al respecto es manejado fuera de la pantalla. Y así, mismo sucede con el caso de su relación con Dawn, en la que sus aparentes rupturas y reconciliaciones se repitieron a lo largo de los años que abarca la película, pero no escatima minutos en presentarnos a ambos en una feria montándose en distintas atracciones.
Otro aspecto que se toca es la relación de Kerr con su tocayo, Mark Coleman, quien fungió como su entrenador y amigo personal. Coleman, quien llegó a ser Salón de la Fama de la UFC, es retratado como una influencia positiva en su vida y un gran amigo, contrastando en ocasiones con las luchas de su colega. Este es interpretado por el artista marcial y Campeón Mundial de Peso Pesado de Bellator, Ryan Bader, a quien en su debut como actor entrega una sólida interpretación.
En The Smashing Machine se hizo un buen trabajo para presentar ambas partes de la relación entre Mark y Dawn, y por qué esta no funcionaba para ninguno de los dos. Mark, que es mostrado como un ángel en la calle, amable con todos, no necesariamente transmitía esa energía en el trato a su pareja, descuidándola en ocasiones.
Mientras tanto, Dawn a su vez era incapaz de empatizar con sus luchas, robándole la paz que necesitaba en sus momentos decisivos, y prefiriendo mantenerlo en una relación de codependencia. Y, sin embargo, no podían vivir el uno sin el otro. Esto, que quedó bastante claro, me parece que es una de las fortalezas de la película, y resulta hasta gracioso ver cómo Blunt iguala y por momentos supera a The Rock en la calidad de su actuación con poco esfuerzo.
En los aspectos técnicos, si bien la dirección de arte y vestuario nos transportan impecablemente a los noventa y principios de los dos mil, la colorización y edición deslucen este trabajo, con escenas teñidas o quemadas de una manera que no corresponde con el resto del pietaje, restándole coherencia visual.
Al final, se siente como si el único arco que a Safdie le interesaba contar era el de Mark como persona, desde la soberbia hasta el contentamiento. Es un proyecto hecho con cariño, pero le faltó dirección.