Hay críticos dedicados exclusivamente a festivales. Ese tipo de críticos son los que han aplaudido a “Anora”, el último filme de Sean Baker.

Con esto no quiero decir que el filme sea malo, o que las críticas de festivales sean buenas o malas, sino más bien para hacer hincapié en que la visión de ellos es muy distinta a la visión del público en general (y de la crítica en general), muchas veces llegando a crear debates de si el público y la crítica están alineados a la hora de evaluar peliculas.  Más allá de todo esto, “Anora” es un filme que desde el primer segundo no te dejará indiferente, sea por su puesta en escena muy particular, como su fotografía de neón, sus personajes tan caricaturescos o su exceso del desnudo casi rayando en la pornografia.

El filme narra como Anora, una chica stripper de 23 años, empieza a salir con un chico millonario ruso.  Lo que inicia como una transición económica, donde el chico le paga para estar con él, se va convirtiendo en un caos cuando se descubre que los padres del chico no están de acuerdo con esto y envían a sus “matones” a ponerle fin a esta relación.  Luego de 45 minutos de escenas sexuales de toda índole, o escenas donde la pareja actúa como niños adolescentes, por fin tenemos un avance al llegar los matones en casa y dejando desconcertados al espectador cuando el director Sean Baker decide hacer unos cambios radicales a la situación.

Imagino que si hubiese visto “Anora” con las mismas expectativas con las que estuve esperando “Nosferatus” pues estaría ahora mismo molesto, pero la verdad que, a pesar de haberme gustado la película anterior del director (“Red Rocket”), esta película no me creaba un gran interés y me ha parecido más un drama cómico del grupo a la gran obra maestra que los críticos de festivales han querido vender.  Se podría decir para empezar (y casi para acabar porque de ahí sospecho que deriva todo lo demás) que “Anora” adolece de uno de los grandes males endémicos del cine contemporáneo, y ese mal no es otro que el de una duración excesiva. Ciento cuarenta minutos para contar algo que se puede contar en bastante menos, y que además en este caso sí que se corresponden con un auténtico director´s cut, pues, como suele ser habitual en su cine, Sean Baker se responsabiliza una vez más de la edición del film.

Y es que encima hay escenas que se alargan sin necesidad, gags que se estiran hasta perder la gracia, o que se repiten produciendo ese mismo efecto de “deja vu”. Todo ello redunda además en cierta caracterización de la mayoría de las situaciones y los personajes, haciendo que toda la seriedad que tal vez podría tener, se pierda descaradamente.

Baker, que suele acertar con el retrato de seres marginales y underground que van más allá incluso del tópico de la América profunda, no hila aquí en mi opinión tan fino al apostar por ese estilo tan exageradamente hiperbólico, que incluso emparenta su película con la comedia más verde posible.

Anora

Incluso en algunos momentos, donde el director pudo desarrollar suficiente e irse por un camino más profundo donde las personas poderosas pueden hundirte la vida y destruirla para siempre, solo porque no están de acuerdo contigo, es desaprovechado para incluir un gag que se extiende y encima actitudes de los personajes que no tiene explicación alguna.

En cuestiones técnicas como mencione, la fotografía excelente muy al estilo de «Zola«(esta gustandome muchisimo mas) y “Euphoria” ya que es el mismo director de fotografía, Drew Daniels.  Fue una verdadera maravilla ver esas luces de neón y esa fotografía fosforescente.

La música es interesante pero pasa desapercibida.  Matthew Hearon-Smith, deja algunos toques electrónicos con un estilo muy de los 90’s a pesar de que la película no está ambientada en esa época.

La cámara nos hace partícipes, con su tono mate y origen analógico, de una historia de brillo deslucido. Los sueños, en pleno éxtasis, de una veinteañera atrapada en una red de difícil escapatoria.  Y un director al que se le ha ido la mano con esto y los festivales lo han celebrado.