En 1961, Robert Wise estrenó un musical llamado “West Side Story”, que narraba la historia de dos bandas callejeras que luchaban por el territorio de un barrio.  Uno de estos pandilleros tiene una hermana llamada Maria, que se enamora de un joven de la banda enemiga.  A estas alturas es todo un clásico absoluto del cine, por eso nos preguntamos: ¿Vale la pena haber hecho un remake de una obra que todavía a día de hoy sigue intacta?  ¿Es posible hacer una nueva versión con una nueva visión pero que mantenga todas las luces del clásico?

Hay dos respuestas y las dos son un rotundo “si”.

La maestría de Steven Spielberg se ratifica en una nueva versión de (en español) “Amor sin Barreras” y que por momentos supera a la original en todos los aspectos posibles que se les pueda ocurrir.  Fotografía, dirección, puesta en escena, guión, e incluso hasta en actuación.  Obviamente Spielberg no hizo como Haneke, que hizo un remake de su propia película y lo único que cambió fue el póster y los actores.  Aquí Spielberg se esmera y cambia para bien y modifica para mejor.

Las coreografías del inicio de Amor sin barreras (1961) eran perfectas. Spielberg decide ser mucho más cinematográfico y que todo fluya de manera más realista, aun siendo un musical. Prefiere dejar los momentos coreográficos para más adelante. Sabe que la teatralidad ya no es aceptable. El punto es que todo en el director está pensado al dedillo. Su cámara siempre se mueve con un ritmo y montaje.  Steven Spielberg es CINE en mayúscula y no hay duda de ello.

¡Dios mio! Si hasta los exteriores se ven como si fuesen los años cincuenta o sesenta, al igual que el vestuario y hasta la forma de actuar.  Todo exalta a clásico (moderno).

Y como mencionamos, las canciones son todas interesantes y divertidas.  Ninguna aburre, inclusive las lentas y ninguna sobra, agradeciendo el oído musical de David Newman, quien es el encargado de este apartado.  ¿Pero y las actuaciones? Rachel Zegler está impecable como Maria, demostrando que hay nuevos talentos con mucha preparación.  Ansel Elgort también destaca y ni hablar de los últimos 20 minutos donde todo es actuación de primera.

Su cine es uno de los pocos que logra emocionar por la construcción visual, no porque la escena sea para llorar o dramática. Dan ganas de aplaudir cuando termina esa escena.  Esto es cine.