«Bueno, no soy una poeta. Soy una mujer. Y como mujer, no tengo forma de hacer dinero. E incluso, si tuviera mi propio dinero, el cual no tengo, le pertenecería a mi esposo en el momento en que nos casemos. Si tuviéramos hijos, ellos le pertenecerían a él, no a mí. Serían su propiedad. Así que no te sientas y me digas que el matrimonio no es una proposición económica porque lo es. Quizá no lo sea para ti, pero ciertamente lo es para mí»

– Mujercitas (2019)

Con este monólogo, el personaje de Amy March, interpretado por Florence Pugh (Thunderbolts), justifica su decisión de casarse con Laurie, el rico mejor amigo de su hermana Jo. La idea de la directora Greta Gerwig (Barbie) era darle a Amy, un personaje considerado inmaduro y superficial, más profundidad para explicar las razones de su accionar. Amy no es una romántica, ni alberga la domesticidad aprendida por sus hermanas. Ella ve en su matrimonio una oportunidad para poder tener tranquilidad financiera y dedicarse a su pasión: la pintura. Amy es una mujer práctica.

Utilizo Mujercitas porque me parece el perfecto ejemplo de cómo, sin importar la época, el matrimonio ha sido visto como algo transaccional. Los bienes por los cuales se ha negociado han cambiado, y la entrada de la mujer a la fuerza laboral remunerada (porque las mujeres siempre han trabajado a lo largo de la historia) ha traído nuevos desafíos y puntos de negociación a la mesa. Ahora, la gran mayoría de mujeres ya no necesita la protección social y económica que otorgaba el matrimonio, y están en posición de exigir condiciones iguales o mayores a los hombres. Un negocio. Un juego. Un mercado de oferta y demanda, donde ambas partes constantemente tienen que probar su valor. Y en Materialists, Lucy (Dakota Johnson) lo sabe muy bien.

Lucy ha cultivado una exitosa carrera como matchmaker en Nueva York, donde sus clientes y clientas buscan el amor como un vehículo o un apartamento: con estándares muy específicos de tamaño, altura, ingreso económico, educación y preferencias políticas; razón por la cual ella ironiza sobre cómo a veces siente que está trabajando en una morgue. Con su ayuda, sus clientes logran encontrar el amor, o, por lo menos, casarse. Es precisamente en la boda de uno de sus clientes que conoce a Harry, interpretado por Pedro Pascal (Gladiator 2) y se reencuentra con quien fuera su novio por largo tiempo, John, encarnado por Chris Evans (The Gray Man).

Harry es el sueño de Lucy. Tiene educación, buen gusto, mide 6 pies, es convencionalmente atractivo y, sobre todo, tiene mucho dinero. A pesar de que inicialmente Lucy se interesa por él para incluirle en su cartera de clientes, rápidamente se da cuenta de que, contra todo pronóstico, Harry quiere estar con ella. Porque ella ha entendido el juego del dating. John, por otro lado, es un aspirante a actor que trabaja como camarero, aún vive con roommates, y con quien terminó su larga relación por constantes discusiones sobre dinero.

Este triángulo amoroso ubicado en la Gran Manzana recuerda a la ópera prima de la directora, Past Lives. Y es que Celine Song no hace películas de amor; hace películas sobre el amor. Y en Materialists, parece tener la intención de explorar cómo el deseo por la estabilidad económica, los estándares literalmente milimétricos y el sentimiento de tener derecho a estos, limitan el poder encontrarlo. Hasta ahí, parece un acercamiento que se ha intentado hacer ya, sobre todo con el tema de las aplicaciones de citas. Suena a una comedia romántica propia de la década. Pero luego, la directora nos revela lo que realmente busca comunicar. Una verdad simple, hasta básica.

Es sencillo. El amor ocurre. Aun cuando las casillas de lo que esperamos y aspiramos se llenan, esto no garantiza una relación feliz, funcional o romántica. Incluso cuando esto sucede, pueden ocurrir tragedias. O, en un caso menos dramático, simplemente nada. Materialists no viene a decir nada revolucionario, nada que autores de todas las culturas durante miles de años nos han dicho en respuesta a la transaccionalidad esperada de las relaciones. El amor trasciende todo lo demás. No puedes fingirlo. Y aun cuando parezca la idea más básica del mundo, contada una y otra vez desde que se estableció la palabra escrita, sigue funcionando, porque es una realidad probada bajo el crisol del día a día. No es necesario reinventarlo.

Como obra cinematográfica quiero destacar el logro que representa contar una historia de casi dos horas sobre el amor y las citas en Nueva York, en pleno 2025, sin hacer ni una escena sexual ni desnudos; contando con el mismo impacto y relevancia. Simplemente refrescante. Se tocan además temas fuertes que son tratados con mucha sensibilidad, respeto y humanidad. Las actuaciones son regulares, no es precisamente que el trío protagonista sea conocido por su rango actoral.

Su fotografía, aunque más comercial, nos recuerda con guiños un estilo más indie por momentos, retratando los espacios de la ciudad como el lienzo para sus personajes. La dirección de arte y vestuario realiza un gran trabajo otorgándole personalidad a sus protagonistas con los espacios que habitan y la ropa que visten, especialmente en las elecciones de vestuario. Con Lucy, vemos a alguien cuya vestimenta y apartamento gritan aspiracionalidad; con Harry, alguien que está acostumbrado a vestir bien, al lujo sin esfuerzo y gastar sin mirar etiquetas de precio; con John, frugalidad y supervivencia.

Tiene defectos, sobre todo cierta torpeza a la hora de nivelar las subtramas que abarca, como la historia de Sophie, una clienta con la que Lucy trabaja a lo largo de la película y que funciona como hilo conductor de su arco como matchmaker; sin embargo, la entrega del mensaje central permanece intacta, y este es precisamente su mayor fuerte.

Materialists es un comentario fresco, inteligente y a veces un poco ingenuo sobre el mundo del dating actual, con una dirección con mucha personalidad y dispuesta a explorar los temas que abarca; la misma, pese a los fallos de su guion y a las deficiencias de su elenco, logra su cometido. Estamos ante una historia entretenida con un acercamiento interesante que no dejará a nadie indiferente, preparada para entregarnos, en una envoltura moderna, la verdad milenaria del amor.