Black Mirror es una serie antológica (que cada capítulo es concluyente y ninguno tiene que ver con otro a pesar de algunas referencias para que sepamos que todo sucede en el mismo universo).  Su mayor tema es cómo la tecnología puede afectarnos y alterar nuestras vidas cuando abusamos o dependemos de ella.  Charlie Brooker, el creador, desde el 2011 que inició este proyecto, no solo tiene esa característica para su serie, sino que también nos da un giro de guión a mitad del capítulo totalmente inesperado.

Esta nueva temporada no ha abandonado lo del giro, pero sí el tema tecnológico.  Y es una lástima como la tecnofobia es olvidada completamente para poder adaptarse a estos tiempos o tal vez lo habrán hecho por pedidos de alguien más grande (¿Netflix?).  Durante los cinco capítulos las historias, aunque algunas estén mezcladas con la tecnología, no utiliza la misma para criticarla, sino que cada capítulo, lo que busca es criticar una situación relacionada con la persona.


El primer capítulo de Black Mirror es Joan is Awful, que después de un buen y excelente arranque, el capítulo se diluye rápidamente en un intento de ser dramático, sorprendente o gracioso, no se entiende bien.  Y cuando por fin da un giro de tuerca interesante y que puede retomar su camino para criticar la tecnología y los algoritmos, pues decide irse por el lado fácil.  Luego sigue el capítulo Loch Henry que ya deja claro que las manos americanas de Netflix ha sido quienes han dañado la serie y que Brooker solo “revisa” los guiones solo por compromiso.  La historia es sobre unos muchachos que van a un pueblo a grabar un documental y se topan con la historia de un asesinato que les traera graves consecuencias.

Ya a estas alturas uno no sabe bien si estamos viendo algún capítulo de Twilight Zone o que, pero de Black Mirror no se ve nada.

Por suerte llega uno de los mejores episodios que es Beyond the Sea, que tiene (casi) todos los elementos característicos de la serie: ambientación oscura, personajes enigmáticos, desborde de fanatismo, etc.  Y digo “casi” porque la tecnofobia brilla por su ausencia (a pesar de que utilizan tecnología avanzada y creíbles que puedan criticar).  Este narra la historia de dos hombres en una misión en el espacio, quienes pueden bajar a la tierra con un cuerpo robótico de reemplazo y al cual se conectan vía una máquina.  La actuación de Aaron Paul en este capítulo es oro y sin duda tiene todas las de ganar.


Mazey Day es el cuarto capítulo con una Zazie Beetz (Atlanta) que está totalmente perdida y sin rumbo, y terminamos con Demon 79, el cual ya aquí estamos perdidos totalmente porque no sabemos que estamos viendo.  Un capítulo que brinca de la autoparodia al drama sin el menor pudor, aunque, de forma extraña es el único que mantiene la tecnofobia ya que está ambientado en un 1979, donde el malestar por los avances tecnológicos estaban a flor de piel.

En definitiva, la sexta temporada de Black Mirror es muy desaprovechada.  Parece que Netflix busca expandir la serie a otros públicos (algo de cierto tiene el capítulo Joan is Awful) y han decidido sacrificar identidad y originalidad para buscar diversión.  Sacrifica la tecnofobia para hablar sobre la salud mental o la depresión.  Y elimina esos finales oscuros para apostar por un final feliz con ligeros tonos agrios que solo hacen desconcertar más al fan de antaño.