Siempre ha sido interesante conocer los orígenes de ciertos personajes, porque con ello se puede jugar bastante a la hora de expandir un universo o en su defecto, de jugar con los desarrollos de personajes.  Y hay casos donde, sin muchas pretensiones, logran un producto perfecto porque cumple en todos los aspectos.

Bumblebee (2018 de Travis Knight), Creed (2015 de Ryan Coogler) o hasta Machete (2010 de Robert Rodriguez), aunque hay otros bastante cuestionables como Elektra (2005 de Rob Bowman) o The Nun (2018 de Corin Hardy).

Por eso cuando Disney anunció que tras el éxito de Maléfica (2014), seguiría con la adaptaciones de villanos al live action (y con sus respectivos planes de hacer live actions de sus animadas), pues Cruella de Vil era uno de los personajes icónicos de la casa del ratón, y al anunciarse esta película con Emma Stone, el hype se hizo real.

Sin embargo, en todo su esplendor de grandes interpretaciones y demás, Cruella termina siendo un producto superficial, efectista y algo contradictorio.  Y ojo, sabemos que su objetivo es entretener y el público al que está dirigido, es lo que pide, pero, ¿vale la pena el sacrificio?

Porque la historia del personaje no ayuda a crear empatía con el personaje.  Claro, Emma Stone está PERFECTA en el personaje y brilla durante las más de dos horas que dura el filme, teniendo momentos totalmente espectaculares como la escena del monólogo frente a la fuente, la primera aparición de Cruella o la confrontación final donde se puede apreciar varios registros faciales de la actriz.  Sin embargo, y a pesar de esto, es difícil conectar con el personaje que sabemos que al final quiere matar unos dálmatas para hacer abrigos de piel.  Y no nos olvidemos Emma Thompson quien no tiene descripción para lo que logra con el personaje.  Mientras que Mark Strong está solo para cobrar e irse, ya que está desperdiciado.  Suerte que Paul Walter Hauser nos regala los momentos más graciosos con Horacio.

La dirección de Craig Gillespie va en piloto automático.  Como es natural en los productos Disney, sólo necesitan alguien detrás de cámara, pero todo lo que el director representa está perdido.  Es incluso extraño saber que hablamos del director de “I, Tonya”.

Ambientada en una industrial Londres de los 70, con una fotografía de Nicolas Karakatsanis, con esos grises de estructuras y esa iluminación de velas en esas grandes mansiones, le da su toque, pero los verdaderos protagonistas son el vestuario, llevado gracias a la ganadora del Oscar, Jenny Beaven, quien, al igual que en “Mad Max: Fury Road” se basa en un estilo punk excéntrico, dando las mejores escenas de la película.  Cada vez que Cruella hacía una aparición con un vestido nuevo (o algún giro del guión con respecto a los vestidos) lograban mantenernos pegados a la pantalla queriendo ver más.

Al final “Cruella” es entretenida en pos de sacrificar su discurso sobre el deseo de la villana de sacrificar unos animales para hacer pieles, es cambiado totalmente por una historia de venganza llena de clichés y que no muestran la verdadera cara del personaje, sacrificando también el desarrollo del mismo ya que debe ser suavizado en su totalidad.