Es difícil acusar a Luca Guadagnino de repetirse.  Después de la historia romántica (Call Me by Your Name), pasó a un remake clásico del terror giallo (Suspiria) para saltar a una serie sobre la construcción de identidad (We Are Who We Are) y ahora un filme sobre una pareja de caníbal que terminan devorando a todos los que aman.  de una novela romántica adolescente de Camille DeAngellis, Bones and all, al menos su filme no se avergüenza del material de partida, sino que lo trata con la misma seriedad y sobriedad con la que realizó la de Call me by your name. Lo que se echa en falta es que detrás de esta hubiera un guionista como James Ivory, que ganó el Oscar al mejor guión adaptado por aquella versión. El encargado del libreto es David Kajganich, colaborador habitual de Guadagnino en, precisamente, los dos peores trabajos de su carrera: Suspiria y A Bigger Splash.

El director se enfoca en demostrar cómo la película es una meditación sobre el amor entre criaturas que viven al margen de la sociedad. Eso explica por qué el canibalismo, considerado como uno de los mayores tabúes de la sociedad occidental, funciona no tanto como metáfora sino como pretexto argumental. Guadagnino no parece interesado en el género fantástico, ni en sus posibilidades subversivas: si la comparamos con “Titane”, donde Julia Ducournau planteaba una revisión de la identidad o en “Crudo” donde ponia en relación el despertar sexual, en “Bones and All” da la impresión de que el director de “Call Me By Your Name” no confía en su propuesta.

Guadagnino realiza una película correcta, que comienza con fuerza y va perdiendo gas hasta convertirse en un convencional y anodino drama romántico adolescente cuya única peculiaridad es que ambos son caníbales. Esto da rienda suelta al director para rodar unas escenas con un punto gore que son de lo mejor del filme, especialmente la primera, cuando se descubre la condición de su protagonista, la joven Mare (Taylor Rusell), que tras desatar sus instintos con el dedo de una compañera emprenderá un viaje para encontrar a su madre, que la abandonó hace tiempo. Es fácil deducir que es una fuga hacia sí misma, y que el filme representa una especie de road movie donde anda buscando encontrarse.

Lo que queda es una película que quiere ser demasiadas cosas al mismo tiempo: una de “lovers on the run” con rebeldes atormentados al volante (y con carisma: a Chalamet se le añade Taylor Russell); una ‘road movie’ que atraviesa la América profunda de los ochenta, una reformulación caníbal del cine ‘teen’, y una película generacional, que reflexiona sobre lo que los padres dejan en herencia a sus hijos, y cómo estos sobreviven a las heridas de ese legado sin que éstas cicatricen del todo.

Guadagnino nos invita a reflexionar de forma radical sobre lo crudo y eso, siempre según la ciencia antropológica estructural, es el mejor camino para entender el extremadamente complicado mundo en el que vivimos.  Pero lamentablemente en este viaje, el director no termina de convencer y “Bones and All” se pasa de forma agradable pero no por eso en una película redonda.