Cada director tiene su propio estilo, unos más notables que otros.  Quentin Tarantino, M. Night Shyamalan o James Wan, que tienen un estilo propio y bastante identificable.  El director texano Wes Anderson no se queda atrás, y con “La Crónica Francesa” lo ha demostrado.

Su estética es inconfundible; planos perfectamente simétricos y medidos al milímetro, paleta de colores predominantes pero suaves, y personajes extravagantes y únicos.

Sin embargo, a pesar de todo esto, esta es la película más distinta del director.  La estructura del filme motiva a una narración fragmentada, en la que el enorme elenco no coincide nunca con los demás, por cuestiones de espacio-tiempo.  Porque el hilo se desarrolla a la manera de un periodico, donde cada parte está dividida en diferentes secciones explicada por sus reporteros.

Por eso decir de que trata en realidad “La Crónica Francesa” es bastante difícil, porque si bien lo que hemos escrito puede ser un resumen, no es ni de lo que trata el filme, algo que para bien o para mal, es bastante pesado de digerir, tanto por la cantidad de información que se nos presenta como por la cantidad de personajes que desfilan en pantalla.  Tilda Swinton, Bill Murray, Benicio del Toro, Adrien Brody, Owen Wilson, Jeffrey Wright, Elisabeth Moss, Willem Dafoe, Edward Norton, Bob Balaban, Léa Seydoux, Frances McDormand, Timothée Chalamet y la lista de actores sigue y sigue.

Pero ojo, no es que estemos ante una película mala.  Al contrario, son pocas las cosas que se le puede reclamar o en su defecto, son tan diminutas que no dañan la experiencia.  Sin duda, es la película más teatral de todas las realizadas hasta ahora y, al mismo tiempo, la más pictórica. Nos encanta como esos grupos de personajes uniformados aparecen colocados como si esperase ser retratados u observados con detenimiento.  Dan ganas de parar la secuencia y ponerse a mirar con atención. 

Nos gusta el cine de Wes Anderson por los temas que trata. Tiene una mirada atenta para la amistad y la familia, la camaradería, el amor o el odio, temas que aborda de manera inocente, casi ingenua, pero que carga de profundidad.  Sus filmes están llenos de sentimiento y humanidad, siendo casi infantil el tratamiento que hace de la vida de los personajes. La muerte, tan presente en su filmografía, aparece, sin el peso abrumador que le concede la sociedad hipermoderna actual, que, al no poder hacerse cargo del mismo, prefiere ocultarla. Wes la muestra. Está ahí, de cuerpo presente, acompañándonos como un acontecimiento más de la vida. Algunos personajes entrañables mueren y podemos llorarlos mientras comemos tarta. Eso es muy de agradecer en los tiempos que corren. 

Puede que sí, que no sea especialmente la mejor y que cueste aguantar su metraje. Pero, qué más da. Su cine es tan hermoso, tan vital y está tan en contra, a nuestro juicio, que merece ser alabado.