Severance narra como Mark Scott (Adam Scott) dirige un equipo en la empresa Lumon Industries, cuyos empleados son sometidos a un procedimiento quirúrgico que separa sus recuerdos entre su ámbito laboral y su vida personal.  Este atrevido experimento se pone en tela de juicio cuando un ex empleado se le aparece fuera de la empresa a decirle que las cosas no son como él cree.

El entorno laboral, más o menos amable, más o menos hostil, nos obliga de forma irremediable a contener nuestro auténtico yo. En un ambiente con sus jerarquías, con sus desequilibrios, resulta imposible ser uno mismo. Es probable que nuestro entorno más cercano se sorprendiera con nuestra versión laboral de la misma manera que nuestros compañeros laborales se podrán sorprender con nuestra vida privada.  La serie de Apple TV va un paso más allá y se plantea qué ocurriría si un implante cerebral permitiera separar esas dos facetas. Durante la jornada de ocho horas dejaríamos a un lado nuestra vida personal, que retomaremos al fichar la salida. Dos vidas completamente separadas, ajenas la una de la otra. El sueño cumplido de toda empresa, que dispondría de una legión de subordinados libre de taras mundanas, y de todo aquél workaholic que incomprensiblemente se lleva el trabajo a casa.

¿Qué individuo sería capaz de someterse a semejante barbarie? Es uno de los muchos interrogantes que plantea la serie, cuyos cuatro protagonistas, aparentemente sin nada en común, tan solo se conocen en el ámbito laboral. Una vez se adentran en el ascensor de la empresa, con una salida escalonada cada cinco minutos, se convierten en absolutos desconocidos y retoman su vida personal.

Producida y dirigida por Ben Stiller, “Severance” es lo opuesto a la comedia. Es un thriller de ciencia ficción de lo más absorbente y enigmático, con un ritmo y una atmósfera muy particulares, rozando por momentos el surrealismo, pero con una voluntad muy clara de reflexión sobre los límites de nuestra propia intimidad.  Una serie que fácilmente puedes tirarte en un solo día buscando respuesta, cómo había logrado las tres temporadas de Dark en su salida con los espectadores.

La serie reproduce a la perfección los esquemas, los roles y las dinámicas de toda organización empresarial. Los protagonistas, sin ir más lejos, pertenecen a un departamento de nombre rimbombante cuya función prácticamente desconocen.  Pero es en el misterio, en la incógnita, donde reside el gran interés de esta apasionante serie.

La premisa narrativa de Severance es muy directa y potente, pero la manera en la que Stiller la pone en marcha va más por el lado de lo enigmático y hasta de lo incomprensible, optando más por la extrañeza del espectador que por su activa participación en desentrañar el misterio. De a poco eso va girando, pero de un modo poco usual.  Aquí el director (de casi todos los capítulos) sabe manejar la información, entregando de a poco las respuestas.

Hablar más allá de lo que el guión ofrece, como en actuaciones, música, y otros, es perder el tiempo.  Aquí nada sobra y nada está mal.  Las actuaciones TODAS son buenas.  Desde John Turturro (Barton Fink) a Patricia Arquette (Medium) y de Christophen Walken (El Francotirador) a Zach Cherry (Succession) pasando por Adam Scott (Big Little Lies) y cualquier otro que se empiece a pasear en pantalla, hasta la música de Theodore Shapiro que es poderosísima y la fotografía fría de Jessica Lee Gagné para demostrar lo frío que es el mundo corporativo.

Severance está repleta de dardos envenenados contra la cultura corporativa, sobre todo aquella que promueve el optimismo como motor existencial, la mitificación de los CEOs o risibles sistemas de incentivos para mantener contento al personal.